En la entrada precedente publiqué fotografías de un palomar en ruinas en Peñalba de San Esteban. Las que publico hoy también están tomadas allí, muy cerca del pueblo, junto a un cerrillo horadado de viejas bodegas. Mientras hacía las fotos, a la caída de la tarde, una bandada de palomas regresó con rumor y batir de alas. La estampa me pareció muy evocadora, de otro tiempo, quizá de mi lejana niñez en la que las palomas formaban parte de la vida -y de la dieta- campesina, y me compensó, en cierta medida, de la desolada impresión que me había producido contemplar el otro palomar abandonado y derruido, regresando lenta e ineluctablemente, a sus materiales primigenios: el barro de la tierra y las piedras del roquedal próximo. A veces solo hace falta tener un poco de paciencia y los signos benéficos sustituyen a los augurios nefastos.
Estas sencillas, hermosas y rotundas construcciones rurales forman parte, al mismo tiempo, del patrimonio material e inmaterial -pues están asociadas a nuestros sueños y recuerdos- de estas tierras. Tienen algo de casa y de templo, de granero y de refugio, La piedra y el adobe de que están fabricados fueron rescatados por manos artesanas de la indefinición de la tierra para convertirlos en monumento. Deberían estar protegidas pero, en una muestra más de incapacidad para conservar nuestra memoria, se están desmoronando ante nuestros ojos.
El día pliega
sus alas sobre el campo.
Volved, palomas
a vuestro hogar de adobe.
Allí os aguardan
los sueños arrullados,
la paz del círculo.
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