(Imagen tomada del blog silvestrismo.net)
Hoy traigo hasta vosotros esta
palabra, cardelina, por hermosa, por
nuestra, por evocadora. He de reconocer que no forma parte de mi léxico y que
ha sido Fermín Herrero en un poema y en la portada en su reciente libro Sin ir más lejos quien me la ha puesto ante los ojos. No es el
único nombre de ave que parece tener alas (otro día hablaré de la oropéndola) y
que al posarse en el diccionario revela una trabazón sorprendente.
Una pausa. Digamos varias veces:
cardelina, cardelina, cardelina. Nos dejamos llevar por la gozosa articulación del sonido, por la
melodía suave de las sílabas, por la dulzura del sufijo. Baste de momento.
Buen nombre el que han elegido en
estas tierras del oriente castellano y de Aragón para un pájaro canoro, el
jilguero, que en mi pueblo llamamos colorín fijándonos en sus plumas, en su
llamativo atuendo, y no en su garganta de virtuoso. Cardelina. ¿No os parece el nombre de un instrumento musical? El cambio de género, del
masculino al femenino, promueve también sutiles sugerencias. Y la etimología -que muchas veces es aliada de la fantasía
poética- nos revela su relación con el cardo. En efecto, a estos pájaros les
gusta posarse en la flor seca de esta planta y dicen que se alimentan de sus
semillas y hacen sus nidos con materiales tomados de ella. Como
tantas veces ocurre con la etimología, se
non è vero, è ben trovato. Esta simbiosis de aspereza y fragilidad, de lo punzante y lo delicado, resulta turbadora. Por cierto, jilguero,
tras un complejo proceso de evolución/deformación fonética también procede de
una palabra griega que significa 'cardo'.
Mientras sigamos topándonos con hallazgos como
este seguiremos amando las palabras, su misteriosa historia, su médula jugosa.
Para concluir, esta reflexión
poética en haiku:
La cardelina,
¿qué buscará en el cardo?
Cobrar su nombre.
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