Era el guerrero más bravo del
poblado. Murió como correspondía, en mitad de la batalla y fue honrado con unos
funerales de héroe. De su cuerpo, expuesto al sol, las aves de rapiña se
comieron la carne y extrajeron el alma para llevarla a los cielos.
Pero escondía un secreto: su
corazón era dulce. Sabía a cobardía.
Os lo digo yo, el buitre.
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