lunes, 17 de octubre de 2016

SOTO DE GARRAY (II)



                                Antes de que se perpetrara el arboricidio y se consumara esta aberración en nombre del progreso, hubo manifestaciones, acciones de protesta, artículos en los periódicos, informes medioambientales contrarios. Nada sirvió de nada. Como en una tragedia griega, la catástrofe resultó inevitable. Desarrollar debería ser lo contrario de arrollar. De eso hace ya mucho tiempo. Por entonces escribí este poema que los años y la tozudez en el error han convertido en elegía. Era una espléndida mañana de primavera...


         Bajo una luz de réquiem,
         la belleza es más cierta, irrefutable,
         una herida futura que ya empieza a dolernos.
         Vivía la mañana
         en el país tranquilo de la lluvia,
         inerme, vulnerable
         en sus árboles viejos,
         en la memoria frágil de la hierba,
         en la mirada zen  del ojo de la vaca.
         No llorarán los pájaros
         porque son rehenes de una alegría
         que a todos pertenece
         y en  esta primavera
         que ha devuelto su voz a los arroyos,
         su nombre a los ríos fatigados,
         solo parecen justas las palabras del gozo.
         Y sin embargo, hoy he visto en el soto
         cigüeñas que alimentan a sus crías
         con vísceras de escuerzo y libélulas negras.
         He visto los crotales, castañuelas sin música,
         destilando veneno, una cifra fatal,
         en la oreja infantil de las terneras.
         He adivinado un río
         sin chopos ni abedules
         condenado al silencio de un animal domado.
         He imaginado el rostro de los prados,
         la corola amarilla de las prímulas,
         sepultados por un vómito gris.

         En el último anillo de los fresnos talados
         se formará el dibujo del espanto,
         la silueta triste
         del corazón amargo de los hombres.







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