viernes, 9 de junio de 2017

ADÁN


            Cuando despertó no tenía nada.

          Le habían quitado todo: la identidad -le habían robado la cartera y con ella su documentación-, el dinero -no era nadie sin sus tarjetas bancarias-, la memoria -le habían robado el móvil- y la ropa -también se la habían llevado-. Además de la chica, habría que añadir, para ser exactos.  Alguien más despierto se la había birlado. O quizá ella voló, aburrida de esperar. (Recordaba vagamente que a su lado hubo una mujer tendida).

         No había nadie a la vista. Se sintió como si fuera el único habitante del mundo, en una playa virgen.
               
         "Buena ocasión para empezar de cero", se dijo el nuevo Adán, poniéndose en pie, con  actitud positiva aprendida en algún libro de autoayuda. Dudó hacia dónde encaminarse: el mar y la tierra le ofrecían sus promesas contradictorias, sus peligros complementarios.

          Le picaba la espalda y más aún donde la espalda se curva. La arena se había vuelto insidiosamente ardiente y le quemaba.

       En ese momento inaugural, solo dos cosas se le mostraron evidentes:

       -Era la última vez que se quedaba dormido en una playa nudista.


        -Era la última vez que no hacía caso de un nombre: la playa se llamaba la Playa del Muerto.

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