domingo, 18 de agosto de 2024

LO QUE SE AVECINA

«¡Intelijencia, dame

el nombre esacto de las cosas!»

Así, en esa ortografía que sólo se le perdona a los grandes escritores, rogaba exaltadamente Juan Ramón Jiménez el don de la palabra exacta, la que conduce directamente a la realidad. De haber vivido hoy, nuestro añorado Virgilio Arancón, poeta menguante, no hubiera dudado, siguiendo su costumbre, en enmendarle la plana al maestro de Moguer:

«Inteligencia Artificial,

dame el nombre

exacto de las cosas.»

Hasta ahora, salvada la excepción de Sócrates y su mayéutica con vocación de comadrona, buscábamos en los sabios respuestas. Desde la irrupción desbocada de la IA, según señalan los expertos, lo que vamos a necesitar es hacer las preguntas oportunas para que la sapientísima tecnología nos dé las respuestas satisfactorias. Quien mejor sepa pedir se llevará el gato al agua. Como niños preguntones inquiriremos a un ente invisible hasta que atienda nuestras demandas. Como experimentados policías tendremos que dominar el retorcido arte del interrogatorio.

«Pedid (bien) y se os dará», rezan los nuevos evangelios.

«No sé si me hace gracia el asunto.» concluía amoscado su reflexión Mateo Ortiz, nuestro taciturno filósofo aficionado.

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