¿Quién inventaría esta palabra, inexistente
para el diccionario oficial? Alguien —un anónimo forjador de vocablos— tuvo que
decirla una primera vez, sacarla de la nada en un golpe de humorismo sureño. Al
oírla sin previo aviso es difícil evitar una sonrisa.
Este término testimonia la creatividad que
vive y resiste en las periferias del idioma, ese genio popular inventivo y
metafórico, amigo de la sonoridad (esa festiva repetición de la ch) y capaz de
crear una nueva voz, una alternativa más
expresiva y plástica a su equivalente académico (desatascador), fríamente
descriptivo y poco sugerente.
Ahora en que una mezcla de pereza, complejo de inferioridad, papanatismo e ignorancia nos hace adoptar barbarismos como coach, mainstream, pump track, random, brunch, fake, rider… necesitamos muchos anónimos creadores de palabras ahormadas en nuestro rico acervo lingüístico que vengan a remediar con su ingenio tanta tropelía lingüística y desatasquen los conductos atorados de nuestro idioma.
Y dejemos los términos ingleses para cuando
hablemos en la admirable lengua de Shakespeare.
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