viernes, 30 de agosto de 2024

LUNA ROJA

 

                                                                                                         (Fotografía: Daniel Martín Herranz)



Su rostro pálido

inyectado de sangre

cuando se asoma

al balcón del horizonte:

luna de agosto.


lunes, 26 de agosto de 2024

APUNTE DEL NATURAL (II)

 

El hombre empuja un cochecito de niño buscando el lado en sombra de la calle, como aquel a quien le sobra el sol aunque esté es un lugar de playas largas donde se broncean las pálidas pieles de la gente del norte. Su rostro cetrino, curtido por la intemperie, trasluce la dignidad estoica de quien ya nada ambiciona. En la placita fresca donde un ficus gigante alardea de barbas, se cruza con el barrendero de verde uniforme que parece surgido de la penumbra.

               BARRENDERO.- ¿Qué tal va el bebé?

               HOMBRE DEL COCHECITO.- De momento no se queja.

Y el hombre sonríe al desgaire, y continúa empujando sin rumbo su cochecito. En un hombre caracol con su casa a cuestas, con todas sus pertenencias en unas pocas bolsas. Para él el futuro no es un bebé sonriente al que hay que alimentar sino un barullo de trastos desbaratados que nada piden.  

jueves, 22 de agosto de 2024

CHUPACHARCOS





¿Quién inventaría esta palabra, inexistente para el diccionario oficial? Alguien —un anónimo forjador de vocablos— tuvo que decirla una primera vez, sacarla de la nada en un golpe de humorismo sureño. Al oírla sin previo aviso es difícil evitar una sonrisa.

Este término testimonia la creatividad que vive y resiste en las periferias del idioma, ese genio popular inventivo y metafórico, amigo de la sonoridad (esa festiva repetición de la ch) y capaz de crear una nueva voz,  una alternativa más expresiva y plástica a su equivalente académico (desatascador), fríamente descriptivo y poco sugerente.

Ahora en que una mezcla de pereza, complejo de inferioridad, papanatismo e ignorancia  nos hace adoptar barbarismos como coach, mainstream, pump track, random, brunch, fake, rider… necesitamos muchos anónimos creadores de palabras ahormadas en nuestro rico acervo lingüístico que vengan a remediar con su ingenio tanta tropelía lingüística y desatasquen los conductos atorados de nuestro idioma.

Y dejemos los términos ingleses para cuando hablemos en la admirable lengua de Shakespeare.


domingo, 18 de agosto de 2024

LO QUE SE AVECINA

«¡Intelijencia, dame

el nombre esacto de las cosas!»

Así, en esa ortografía que sólo se le perdona a los grandes escritores, rogaba exaltadamente Juan Ramón Jiménez el don de la palabra exacta, la que conduce directamente a la realidad. De haber vivido hoy, nuestro añorado Virgilio Arancón, poeta menguante, no hubiera dudado, siguiendo su costumbre, en enmendarle la plana al maestro de Moguer:

«Inteligencia Artificial,

dame el nombre

exacto de las cosas.»

Hasta ahora, salvada la excepción de Sócrates y su mayéutica con vocación de comadrona, buscábamos en los sabios respuestas. Desde la irrupción desbocada de la IA, según señalan los expertos, lo que vamos a necesitar es hacer las preguntas oportunas para que la sapientísima tecnología nos dé las respuestas satisfactorias. Quien mejor sepa pedir se llevará el gato al agua. Como niños preguntones inquiriremos a un ente invisible hasta que atienda nuestras demandas. Como experimentados policías tendremos que dominar el retorcido arte del interrogatorio.

«Pedid (bien) y se os dará», rezan los nuevos evangelios.

«No sé si me hace gracia el asunto.» concluía amoscado su reflexión Mateo Ortiz, nuestro taciturno filósofo aficionado.

miércoles, 14 de agosto de 2024

EL GRITO

 


Siempre que contemplaba este cuadro su sensibilidad sinestésica le provocaba irremediablemente el mismo efecto: oía el grito desgarrado de esa figura apenas esbozaba, con cuerpo de larva y cráneo de calavera. Creía compartir su dolor, su desesperación. Pero un día leyó que, en realidad, la imagen, según explicaba el pintor, refleja a alguien que se tapa los oídos para no oír un grito. Desde entonces miró el cuadro con ojos nuevos. Se fijó en las manos que enmarcan el rostro y tapan los oídos; reparó en el gesto de asombro horrorizado del óvalo de la boca. Tuvo que admitir que todo encajaba en aquella interpretación. Pero él seguía oyendo un grito cada vez que miraba el lienzo. Ya no se hacía ilusiones; era su propio grito interior, ese que no deja de escucharse aunque te tapes bien los oídos. Y el rostro de pánico del personaje de Munch acabaría siendo su propio rostro. 

miércoles, 7 de agosto de 2024

UN TAL TALES

 

Cuenta Diógenes Laercio que Tales de Mileto, por ir mirando al cielo hacia las Pléyades, cayó en un pozo. Una joven esclava se rio de él.

Muchos siglos después, la carcajada de la muchacha, multiplicada en muchas gargantas, sigue atronando. Sigue siendo difícil resistirse a la hilaridad que provocan los banales tropiezos ajenos, sobre todo si son de un sabio.