Casi todo era
falso en aquella película. Un actor egipcio interpretaba el papel de un médico
moscovita y su amante estaba representada por una actriz inglesa. La estepa
rusa había sido rodada en los campos de Gómara y el Moncayo debía pasar por los
Urales. Ni siquiera la nieve era auténtica: aquel invierno no nevó en Soria y
tuvieron que simularla con sal y polvo de mármol. Un
enorme decorado de tramoya reproducía, en un barrio de Madrid, una calle de Moscú.
Pero sí hubo una cosa muy auténtica: la emoción con que algunos de los figurantes, simpatizantes comunistas clandestinos, entonaron a voz en grito La Internacional en plena dictadura franquista aprovechando el rodaje de una escena que recreaba una manifestación proletaria en la época de la Revolución Rusa.
La pequeña verdad que late siempre, clandestina, en el corazón de las grandiosas mentiras.
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