UN SOLDADO ISRAELÍ SE HACE INCÓMODAS PREGUNTAS
Si cegamos los ojos de los niños
con el blanco resplandor de las bombas,
¿cómo les pediremos, cuando crezcan,
que vean con ojos limpios
la radiante sonrisa de la paz?
Si infectamos el aire
con gases venenosos,
con gases que producen lágrimas,
¿qué van a respirar
las rosas, las higueras, los caballos?
Si cercamos su vida de alambradas,
¿a quién extrañará que la inocencia
se les convierta en ira?
Si en las camas solo yacen
las ruinas, los escombros,
¿dónde conciliarán los sueños
que los mantienen vivos?
Si aplastamos con nuestras botas de soldado,
con las orugas de los tanques,
el rostro de las muñecas,
¿cómo exigirle a la esperanza un arcoíris?
Si retorcemos las palabras
hasta hacerlas sangrar,
¿quién podrá escribir un poema que no duela?
Si espantamos el vuelo de los pájaros
con el trueno feroz de nuestros bombarderos,
¿cuándo volveremos a escuchar sus cantos por el cielo?
Y si sembramos con las semillas del odio
los campos del futuro,
¿cómo esperar que en ellos nazcan
las doradas espigas del amor?
¡Qué amargo aceite darán estos olivos,
qué pálida fruta los naranjos,
qué tristeza en las alas de la paloma,
qué escasa esta estrecha tierra
para tantos muertos!
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