Noche
tórrida de verano en el paseo marítimo de una ciudad turística. Exhausta por la
extracción constante de la energía necesaria para mantener encendidos los aparatos
de aire acondicionado, la red eléctrica colapsa. Hay una sensación generalizada de incredulidad. ¿Cómo puede
estar pasando esto? Y luego: resulta que existe la noche y es oscura. Muchos no
lo soportan y encienden las linternas de sus móviles. De los chiringuitos surge
un grito espontáneo: ¡Queremos cenar! La muchedumbre que pasea buscando la fresca
brisa marina tropieza y se confunde.
Pero todo
esto son menudencias, casi siempre divertidas.
Lo peor
son esos peligrosos pensamientos, hijos de una noche más antigua que el hombre,
que brotan en esta oscuridad inusual. Ese regreso a lo salvaje que el apagón
sugiere.
Afortunadamente
para todos el apagón solo dura cinco minutos y, antes de que la tentación
terrible del caos llegue a cristalizar, el suministro se restablece.
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