—¡Cuánto tiempo!
—¿Qué tal?
Apenas
tuvieron tiempo de decir nada más ni de ver la cara de sorpresa matizada de
añoranza y de incomodidad recíprocas.
Se habían
cruzado en las escaleras mecánicas del centro comercial: ella subía, él bajaba.
Ambos
dudaron un momento si volver a montar en las escaleras. No era normal que después
de lo que habían vivido juntos eso fuera todo, un breve saludo rutinario. Pero, como si siguieran sincronizados, descartaron la idea al unísono: él subiría, ella bajaría; y se cruzarían otra vez. Es lo que
les había pasado siempre. Y si sólo uno de ellos decidía volver sobre sus pasos,
sería aún peor: mostraría debilidad y su orgullo quedaría dañado. La otra parte intentaría aprovechar su ventaja.
Y cada uno
siguió su camino como si no se hubieran encontrado: ella a la planta de hogar, él a la de tecnología.