Algunos conocemos ese dolor secreto
de las casas vacías
a las que el viento asedia
con astucia de
lobo, con paciencia de lobo,
con esa crueldad
perfecta de los lobos
que aguardan el
momento de la debilidad.
La techumbre
abrumada por el peso del cielo,
la cal de las
paredes
rendida al encanto
de la lluvia,
la podredumbre
lenta de las vigas pandeadas,
la piedra
quebrantada por el hielo,
el hundimiento.
Las ausencias
suceden una tras otra, fieles
a una liturgia
antigua. Algunos conocemos
el dolor centenario
de las cosas que
perdieron
el nombre con que
fueron bautizadas,
de la casas sin
pálpito. Es el mismo dolor
que deshace el
adobe
frágil de la
memoria.
Es el mismo dolor
que sentimos muy
dentro, corroídos
por el voraz gusano
de la desolación.
(De Desplobados, inédito)
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