La calandria es, para quien esto escribe, un pájaro-palabra que probablemente nunca ha visto en su vida y si lo ha visto no lo ha reconocido -la mayoría de los pájaros son seres esquivos por naturaleza-. Quizá lo ha oído cantar pero tampoco sería capaz de reproducir su canto. Así que le debe su existencia al conocido Romance del prisionero: Que por mayo era, por mayo/ cuando hace la calor,/ cuando los trigos encañan/ y están los campos en flor,/ cuando canta la calandria/ y responde el ruiseñor...
En su vida real esta avecica, cuyo nombre procede del griego, es, según explican los ornitólogos, esteparia, anida en los campos de cultivo -más le valdría hacerlo en los árboles, para que la maquinaria agrícola no aplastara su nido- y se muestra especialmente dotada para el canto. Es capaz de aprender melodías y trinos ajenos, y de imitar cualquier sonido que llegue hasta ella incorporándolo a su propio repertorio, especialmente en el caso de los machos, que utilizan sus floridos gorgoritos como reclamo en el cortejo.
Se comportan así como los artistas de todos los tiempos, practicando la intertextualidad, el collage, la fusión y el mestizaje de influencias.
Imaginemos una pequeña historia que bien podría ser auténtica. Un macho de calandria exhibe sus más dulces melismas para atraer a una hembra. Un oído experto, descubriría, mezclado con las dulces notas del canto, un sonido perturbador: el ruido mecánico de una cosechadora.
La muerte haciendo oír su voz de endecha en el ritual del amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario