Había dedicado toda su pasión, su fuerza, su vida entera a dominar la materia, a arrebatarle formas, significados. Nada se le resistía, desde lo más dúctil a lo más rebelde. Había esculpido el mármol y muchas variedades de la piedra, había fundido el metal, había tallado la madera y modelado el barro.
Viejo y cansado, sus manos eran
débiles y temblaban un poco, pero su fantasía estaba intacta, infectada de
extravagancia.
—Solo
me falta dar forma a las nubes, como el viento —decía, soñador, nefelibata—. Estatuas
de humo, tan efímeras como nosotros.
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