(Charles Napier Hemy, Telling the bees)
Cumpliendo una muy antigua tradición,
el colmenero real comunicó a las abejas la dolorosa noticia de la muerte de su ama
y colocó crespones negros en las colmenas al tiempo que pronunciaba la fórmula
ritual: “La reina ha muerto ¡Viva el rey!”
Se esperaba de ellas que elaboraran
mucha cera con que fabricar velas para alumbrar la capilla ardiente y que la
miel, mientras la reina estuviera de cuerpo presente, fuera turbia y amarga.
Una vez acabado el duelo la miel habría de ser más dorada y dulce que nunca para complacer al nuevo
soberano.
Pero algo no marcha bien en el mundo
de las abejas (la única sociedad conocida que siendo república tiene tantas
reinas). El zángano encargado de bailar ante la abeja reina para trasmitirle la
triste nueva recibió una respuesta insospechada:
—Cuando ellos guarden luto por tantas
de nosotras muertas por su culpa haremos nosotras lo propio. Seguid a lo
vuestro como si no hubiera pasado nada.
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