En su libreta de
bolsillo, anota Mateo Ortiz fugaces reflexiones sobre el tiempo que le ha
tocado vivir, que, cada vez más, siente que no es ya su tiempo:
—Si estamos construyendo
este mundo sobre columnas de humo, ¿cómo pretenderemos que sea estable y
duradero? Nos estamos condenando a la evanescencia.
—No sé si este es el
final de una época. De lo que estoy seguro es de que es el final de mi época.
—Hasta hace unos años,
los perpetradores de la realidad virtual estaban empeñados en imitar la
realidad auténtica. Hemos pasado esa pantalla (como dicen los jugadores de
videojuegos): ahora es la realidad auténtica la que está imitando la virtual.
—¿La verdad? La verdad
moderna no es un cuadro acabado sino un mosaico hecho de teselas traídas de acá
y de allá, sin orden ni concierto. O, si así lo preferís, una inmensa pantalla
cambiante en la que cada pequeña porción de verdad tendría el tamaño de un
píxel.
—Tantos satélites
artificiales, nanosatélites y picosatélites orbitan en torno a la tierra que
pronto no podremos ver ni la luna ni las estrellas.
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