Su reinado fue el más dilatado que
registran los anales y su muerte, cuando estaba cerca de llegar a centenaria,
sorprendió a todo el mundo como solo puede sorprender la muerte de los
inmortales. Tuvo unos funerales solemnes, envueltos en más pompa y
circunstancia que los de un papa renacentista, y mojados por más lágrimas que las
vertidas por un ídolo pop desaparecido en plena juventud. En su panegírico
fúnebre se escucharon alabanzas y
elogios reservados a estadistas de talla universal.
Si alguien, mientras estuvo viva, le hubiera preguntado la
fórmula de tan exitoso reinado, habría callado y sonreído mientras acariciaba a
uno de sus corgis. Era su secreto mejor guardado: “Hablar poco y hacer menos”.
(Como era una mediocre lectora
desconocía la frase fetiche de Bartleby el escribiente, “Preferiría no hacerlo”,
que merecería figurar en su epitafio).
También por omisión se gana la
posteridad.
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