Tras muchos lavados, aquella camiseta comprada un verano ya lejano en Lisboa empezaba a desteñirse y lo estampado en ella -la figura del poeta y sus tres sombras, que simbolizaban el juego de personajes ficticios a los que atribuyó parte de su obra- empezaban a mostrar el desgaste de los años. De tal manera que la verdadera imagen del poeta, su silueta de atildado paseante dromómano por las calles de su ciudad transformada en laberinto, iba perdiendo sus rasgos y acabaría convirtiéndose, ella también, en una cuarta sombra.
Pensó que al poeta le habría agradado la analogía.
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