Para encender el fuego
primero hay que saber lo que es el frío,
haber sufrido
su lenta mordedura,
haber sentido
cómo enclueca en la piel
la luz de sus carámbanos.
Las manos arrecidas
no saben enhebrar una caricia,
no pueden barajar
los naipes del acaso,
ni sostener las riendas de la caballería.
Para encender el fuego
primero hay que saber lo que es el fuego,
visitar su morada
de formas movedizas,
aprender el lenguaje
de sus lenguas voraces,
sufrir con la agonía
plácida de las brasas.
(...)
(De Despoblados, inédito)
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