sábado, 26 de junio de 2021

PISAR EL FUEGO


 

El joven periodista estaba empeñado en arrancarme el secreto y andaba detrás de mí, pegado a mis zancajos toda la tarde, desde que empezamos a preparar la leña de roble y prendimos con tiempo la hoguera para que, lentamente, se fuera aparejando el rescoldo.

Cuando llegó la medianoche, los más jóvenes pasaron las brasas con pasos firmes y medidos, aplastándolas en cada pisada como si estuvieran en el lagar, con la esperanza de cerrar el paso al oxígeno y a la lacerante quemadura. Cargaban a sus espaldas a un ser querido para que ese dulce peso aliviara el trance.

Cuando llegó mi turno, me descalcé, me remangué con parsimonia los pantalones y bailé una jota sobre aquella alfombra de ascuas al compás del gaitero. Todos los del pueblo esperaban ese momento, ya tradicional, corearon mi nombre y me jalearon con silbidos y aplausos. Ya no tengo la agilidad de antes pero salero no me falta.

El joven periodista se hartó de hacer fotos y, cuando la fiesta terminó, erre que erre, volvió a la carga. Se empeñó en invitarme.  A las claras se veía que pretendía emborracharme para que se me soltara la lengua. Yo me dejé: está feo despreciar un convite. Cuando supuso que ya estaba bien templado después de tanto morapio trasegado -era casi de madrugada- quiso darme la estocada:

-Bueno, Efrén, dime, ¿cómo haces para no quemarte?

-No tiene mucho mérito, chaval. Los viejos siempre tenemos los pies fríos.

No pareció muy satisfecho con la exclusiva.

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