El viejo abejar deshabitado y silencioso, sin el rumor ajetreado de las abejas, con sus colmenas de tronco de árbol -tan parecidas a casas, como si el apicultor quisiera humanizar y seducir al enjambre- y su ingenuidad de industria arcaica... Un valladar arruinado de postes de sabina y dientes oxidados de sierra lo defendió contra los ataques de los ladrones de miel -esos que roban la dulzura que no saben producir-, pero no pudo protegerlo del peor de los depredadores: el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario