viernes, 7 de agosto de 2020

CORONACUENTOS (19): LA FERIA DE LA POESÍA


Se estaban registrando varios rebrotes en la provincia, pero la Feria de la Poesía iba por su decimotercera edición y cancelarla hubiera sido tanto como darle la razón a la más grosera de las supersticiones. Se tomaron las medidas reglamentarias: gel para las manos, sillas separadas, mascarillas obligatorias, desinfección de micrófonos cada vez que se cambiaba de orador. Bien es verdad que la estirpe de los poetas es algo dada a la anarquía: las mascarillas se caían de la boca al segundo poema, la distancia desaparecía al calor de algunos versos tórridos, compartir el micrófono era un sucedáneo del beso y, para los partidarios de la poesía social, las manos sucias certifican la dignidad del oficio. A medida que pasaban los días, la relajación y el entusiasmo acabaron con la reserva inicial y, quien más quien menos, todos se entregaron a un frenesí veraniego de  libros y abrazos  y se olvidaron del peligro.


Se estaba creando el caldo de cultivo idóneo para una trasmisión comunitaria, pero afortunadamente no se registraron nuevos casos de infectados y ello provocó entre virólogos y epidemiólogos primero la estupefacción y luego la búsqueda de explicaciones. Se llegó a la conclusión de que, o bien el virus de la poesía no es tan contagioso como a muchos les gustaría creer o bien la inmunidad frente a la palabra poética está más extendida de lo que parece dentro del rebaño.


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