No sabían si eran uno o dos, pero no les importaba. Llevaban juntos toda la vida. Sus troncos quizá podrían separarse a golpe de hacha, pero sus raíces formaban una madeja inextricable.
Cuaderno de creación literaria donde encontrarás textos y fotografías originales del autor.
No sabían si eran uno o dos, pero no les importaba. Llevaban juntos toda la vida. Sus troncos quizá podrían separarse a golpe de hacha, pero sus raíces formaban una madeja inextricable.
Hace mucho tiempo que esta señal ha entrado en la amable y melacólica edad de la obsolescencia. Ya no hay tren, ni siquiera vía, y del antiguo paso y su acechante peligro -que alguna vez pudo convertirse en trágicamente real- no hay quien se acuerde. La misma señal, oxidada, como embebida por el auge del bosque, parece el esquema de un futuro árbol.
Es el momento de burlarse del aviso y de su sintaxis perentoria y elíptica, de experimentar con las posibles combinaciones de las palabras, de encontrar otra dirección para la lectura que nos libere de la obligación de leer siempre siguiendo la misma línea.
OJO AL GUARDA, PASO SIN TREN.
OJO AL PASO, TREN SIN GUARDA.
GUARDA AL PASO, OJO SIN TREN.
OJO SIN GUARDA, PASO AL TREN.
PASO AL GUARDA, TREN SIN OJO.
GUARDA SIN OJO, TREN AL PASO...
¿Y si movemos de sitio la coma o la suprimimos?
PASO AL GUARDA TREN SIN OJO.
PASO, GUARDA, AL TREN SIN OJO...
Como en la poesía, de la inutilidad nace el juego y se desvanece la aparente solidez del significado, hasta convertirlo en un jamais vu.
Esta raíz prefija de origen griego, que significa 'a distancia', ya había sido utilizado en el siglo XVII para denominar al 'telescopio', de dudosa paternidad, y resurgió con fuerza en muchos neologismos tecnológicos a partir del siglo XIX ante la necesidad de bautizar inventos como el telégrafo y el teléfono. Más tarde llegarían otros muchos: televisión, teleférico, teletipo, teleobjetivo, telesilla.
La pandemia ha vuelto a darle nueva
vigencia hasta el punto de hacer de ella un síntoma de nuestra época. Ahora se la podría anteponer casi a cualquier palabra: teleenseñanza,
teletrabajo, telemedicina, telecomida, telesexo... Y también teleabrazo,
telebeso, teleamistad, teleocio, telecompra... La comunicación se está
volviendo exclusivamente telecomunicación y hay quien dice que estamos siendo
teledirigidos y que esta televida no es más que telebasura.
Habrá que encomendarse a alguna vacuna eficaz
para volver a acortar distancias.
Volad a los valles,
veloces traed
la esencia más pura
que sus flores den.
Veréis, cefirillos,
con cuánto placer
respira su aroma
la flor del Zurguén.
(Meléndez Valdés)
El poeta Meléndez Valdés lo cantó en una letrilla convirtiéndolo en referencia de idilios pastoriles almibarados. Hoy, a la vista de su cauce, a trechos agostado, a trechos convertido en cloaca, infestado por una vegetación heroica y poco escrupulosa, el Zurguén, arroyo que se entrega al Tormes casi a la sombra de las catedrales, solo inspiraría algún poema de realismo sucio o una lacrimosa elegía ecologista. Y si a un rapero o a un poeta trasnochado se les ocurriera llamar a su enamorada "Flor del Zurguén" el halago se habría vuelto insulto y habrían arrastrado por el fango sus amoríos.
Mariposa difícil,
extraño ser alado
que llegaste a mi lámpara
en medio de la noche:
no puedo evitar verte
como a un crucificado.
Se estaban registrando varios rebrotes
en la provincia, pero la Feria de la Poesía iba por su decimotercera edición y
cancelarla hubiera sido tanto como darle la razón a la más grosera de las
supersticiones. Se tomaron las medidas reglamentarias: gel para las manos,
sillas separadas, mascarillas obligatorias, desinfección de micrófonos cada vez
que se cambiaba de orador. Bien es verdad que la estirpe de los poetas es algo
dada a la anarquía: las mascarillas se caían de la boca al segundo poema, la
distancia desaparecía al calor de algunos versos tórridos, compartir el
micrófono era un sucedáneo del beso y, para los partidarios de la poesía
social, las manos sucias certifican la dignidad del oficio. A medida que
pasaban los días, la relajación y el entusiasmo acabaron con la reserva inicial
y, quien más quien menos, todos se entregaron a un frenesí veraniego de libros y abrazos y se olvidaron del peligro.
Se estaba creando el caldo de cultivo
idóneo para una trasmisión comunitaria, pero afortunadamente no se registraron
nuevos casos de infectados y ello provocó entre virólogos y epidemiólogos
primero la estupefacción y luego la búsqueda de explicaciones. Se llegó a la
conclusión de que, o bien el virus de la poesía no es tan contagioso como a
muchos les gustaría creer o bien la inmunidad frente a la palabra poética está
más extendida de lo que parece dentro del rebaño.
Se había presentado voluntario. Era el
oficio ideal para un aficionado a la novela negra. Tirando del hilo, con
paciencia infinita, seguía la pista de los contagiados. Su prestigio aumentó
considerablemente cuando logró identificar a todos los participantes de un
botellón que había resultado ser un foco de transmisión masiva.
Pero su ambición secreta excede a la
rutina del día a día. Por la noche en casa trabaja sin descanso por su cuenta,
sin esperar ninguna remuneración que pueda traducirse en el mísero cálculo de
la mediocridad o del dinero. La pared blanca de su dormitorio se ha convertido
en un mural lleno de nombres, de fechas, de países. El mapa de guerra en un
Estado Mayor. Un intrincado árbol genealógico. Si alguien estuviera al tanto de
su empeño, alguien que lo quisiera de verdad, le haría ver que su propósito es
enfermizo, delirante. Pero los solitarios gozan de libertad para alimentar sus
locuras.
Quiere remontarse hasta el origen,
saber quién empezó todo. Descubrir al paciente cero de la pandemia. Se lo
imagina fumando tranquilamente en su pipa de ébano, a la sombra del árbol
plantado en el patio del mercado de animales, inmune, felizmente ajeno al
desastre provocado, espantando a las ocas con el pie derecho. Satisfecho de que
el cielo esté más limpio y silencioso sin aviones.
Sabe a quién busca pero no para qué. Y
todas las noches, antes de que el sueño lo venza casi de madrugada, el rastreador
le da vueltas a la misma pregunta: "¿Qué le diré cuando lo encuentre?"