Dejó a un lado el miedo, se quitó los
guantes y tomó con cuidado las manos de la mujer. Notó que aquellas manos
desgastadas, a pesar de la sedación, apretaban suavemente las suyas como agradeciéndole que la última caricia que
recibiría en su vida no tuviera el frío y resbaladizo tacto del látex.
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