MUCHOS AÑOS MÁS TARDE, frente al paisaje desolado de Marte, en la mitad de una descomunal tormenta de polvo rojo y sin esperanzas
de recibir auxilio, Joseba Arkaute
habría de recordar aquel día de abril de 2020 en que su madre le dio a conocer el sabor de las torrijas.
Obligados a quedarse en casa por el Primer Gran Confinamiento y para endulzar las horas infinitas de
encierro, su madre -que habitualmente
apenas paraba en casa- le descubrió las delicias de la cocina y de la soledad compartida. Mano a mano
siguieron los pasos de la receta: el pan del día anterior remojado en leche con un poco de zumo de limón, el huevo batido, el olor del aceite al freírlas...
Aquellos plácidos días de encierro, la presencia asegurada de una madre casi siempre
ausente y el gusto a azúcar y canela
quedaron fundidos para siempre en su memoria y serían sus últimos recuerdos,
que se extinguieron en su mente con la misma dulzura con que las últimas
reservas de oxígeno se le iban agotando.
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