Ahora que por fin tengo tiempo, estoy
viajando adonde siempre quise ir. A pie, como a mí me gusta.
En verdad que el
viaje se me hace a veces monótono y que empiezo a tener heridas en los pies y
la penosa sensación de que me falta el aire y de que me muevo dentro de un
laberinto familiar. El mal del viajero, la falta de costumbre, me digo.
Me anima pensar que cada día me acerca más a
mi objetivo. Cuento cada paso. Consulto los mapas. Miro en street view. Me paro
al final de la jornada y procuro que
coincida con algún lugar evocador. He
visitado hermosas ciudades con los ojos cerrados. Ciudades míticas, ciudades
invisibles, ciudades desaparecidas. Pero
avanzo demasiado lentamente. Y a este paso, antes de que acabe este tiempo
excepcional, nunca llegaré a Samarcanda, mi verdadero destino.
Se me está ocurriendo algo para ir más
deprisa: la bicicleta estática del trastero.
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