Lleno de orgullo y satisfacción, con monárquica egolatría, el coronavirus no cabía en sí de gozo. Gracias a la Red, había conseguido su sueño posmoderno. Ya no era solo un fenómeno vírico; se había convertido en un fenómeno viral.
(Ya era hora de que el adjetivo que le habían arrebatado
volviera a casa.)
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