Paseando por las afueras, esos territorios confusos donde la ciudad se diluye en una amorfa dispersión de polígono industrial, carreteras de ronda, barrios sin consolidar, majadas en ruinas y restos de viviendas irregulares, la vista se me fue a un tractor que laboraba en una parcela rectangular e inclinada, un pegujal pedregoso muy poco favorable para la siembra. Solo la recompensa mínima de la subvención parecía justificar tanto empeño en adecentar un terreno tan poco agraciado, tan poco agradecido, tan propicio para zarzal.
-Está aricando, pensé sin querer.
La palabra se me quedó enganchada en la memoria inmediata y tiró de mí hacia la infancia. 'Aricar'. No la había vuelto a escuchar desde mis años en el pueblo. Llegué a dudar de que existiera. El diccionario me sacó de dudas. Significa 'arar superficialmente', como si fuera un diminutivo de 'arar'. Mi sentido inconsciente de la Lengua no me había fallado esta vez.
Desde ese momento esa palabra me acompaña con frecuencia y ha llegado a convertírseme en signo de estos tiempos.
Me da la impresión de que todo lo hacemos someramente: nos relacionamos, creemos y pensamos, leemos, amamos y odiamos, trabajamos, reímos y lloramos, estudiamos, actuamos, vivimos... someramente. Nos pasamos el tiempo aricando.
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