martes, 5 de noviembre de 2019

FUEGO SAGRADO



Durante siglos, generación tras generación, los sacerdotes y las vestales habían cuidado y alimentado el fuego del pebetero custodiado en el recinto más inaccesible del templo. Hubo guerras y terremotos, accidentes devastadores y etapas de pérdida de fe, cambios de dioses e invasiones extranjeras, pero ni un solo día la llama se extinguió. Un tabú más fuerte que cualquier catástrofe lo protegía.Todos los ciudadanos sabían que estaba allí, ardiendo para ellos, manteniendo la luz de la memoria común, guardián tembloroso pero seguro de los deseos más hondos de la colectividad. 

Todo cambió el día en que los tribunos se entregaron a la demagogia.

       -¡El fuego es del pueblo! Ha de ser compartido.

Forzaron las puertas del templo y, desoyendo las advertencias y lamentos de las vestales y los sacerdotes, el más audaz de los tribunos violó el recinto prohibido y distribuyó el fuego -candela a candela- entre la multitud enfervorecida que lo aclamaba.

A las pocas horas el fuego más voraz que pueda imaginarse había reducido la ciudad a cenizas.

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