Cuando cayó el Muro se apresuraron a
hacerlo pedazos y a llevarse a casa uno de aquellos cascotes. Unos lo hicieron
como íntima venganza -el Muro había cercado dolorosamente sus vidas-, otros
como artístico souvenir que serviría de pisapapeles; hubo quien se anticipó al
lucrativo negocio de la nostalgia y, quien más quien menos, a todos se les
antojaba que se habían apropiado de un trocito de la Historia.
Pasaron algunos años y el Muro ya solo
existía en la memoria de algunos. Pasaron algunos años más y la añoranza -esa
embaucadora- convirtió el recuerdo en deseo latente de regreso. Finalmente, un
político aventurero lanzó la campaña: "Reconstruyamos el Muro". La
tarea resultó relativamente fácil: trocito a trocito, como quien resuelve un rompecabezas.
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