Para un grandullón como yo, lo peor no solo es
hacer cola rodeado de seres minúsculos, ñoños y gritones. Ni que me pongan un ridículo chaleco a rayas amorosamente tejido por sus manos para que el frío navajero de enero no me resfríe. Lo peor es
todo lo que pasa este absurdo día que se empeñan en considerar una gran fiesta.
Del
hisopazo me han correspondido cinco gotas, cinco -las he contado bien-. Me las
sacudo con frenético meneo de todo mi cuerpo. Ella reacciona dando un fuerte
tirón a la correa que yo traduzco enseguida: está muy, pero que muy enfadada con su Lucho.
Más enfadado estoy yo, sin poder maldecir mientras me bendicen.
-Perdónelo. A mi Lucho nunca le ha gustado el agua -se disculpa ante el cura.
En el fondo, comprendo su mentira piadosa y hasta me da un poco de pena. A una mujer tan beata le debe de resultar muy duro aceptar
que el perro le haya salido descreído.
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