Toda la noche el mar
luchó contra demonios
nacidos en su adentro.
Rugiente y espumoso,
como animal herido
por un dolor inmenso
más antiguo que el mundo,
porfiaba contra el límite,
fracasaba mil veces
con un fracaso blanco
de encajera impaciente.
Solo de madrugada
sus labios aprendieron
la lentitud del beso
sobre la playa insomne.
Solo de madrugada
su ruido ya fue blanco
y pudimos al fin
conciliar nuestros sueños.
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