miércoles, 25 de octubre de 2017

LA FÁBRICA





                Últimamente no daban abasto. Se les acababa el material y tuvieron que contratar a más operarias y hacinarlas  aún más en las naves. Tres turnos por día. Las máquinas no paraban ni un segundo. No les pilló por sorpresa el aumento de la carga de trabajo -tenían un departamento de análisis de mercados muy eficiente, más eficiente que los servicios de información de muchos países- pero sí la magnitud del incremento en la demanda. Las mujeres de ojos rasgados producían como autómatas con sueño millones de metros de aquellas banderas. Era fácil confundir unas con otras, compartían colores y formas. Muy lejos, en la otra punta del mundo, lucían en los balcones, ondeaban al viento, llenaban las calles de color, servían de capa o de bufanda, clamaban unas contra otras.


                Las muchachas de ojos rasgados nunca sabrán que están engalanando a un monstruo.

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