Últimamente no
daban abasto. Se les acababa el material y tuvieron que contratar a más
operarias y hacinarlas aún más en las
naves. Tres turnos por día. Las máquinas no paraban ni un segundo. No les pilló
por sorpresa el aumento de la carga de trabajo -tenían un departamento de
análisis de mercados muy eficiente, más eficiente que los servicios de
información de muchos países- pero sí la magnitud del incremento en la demanda.
Las mujeres de ojos rasgados producían como autómatas con sueño millones de
metros de aquellas banderas. Era fácil confundir unas con otras, compartían
colores y formas. Muy lejos, en la otra punta del mundo, lucían en los
balcones, ondeaban al viento, llenaban las calles de color, servían de capa o
de bufanda, clamaban unas contra otras.
Las
muchachas de ojos rasgados nunca sabrán que están engalanando a un monstruo.
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