Hace ya muchos años, dentro de mi novela para jóvenes "Historia de Jan", ambientada en un país roto por la guerra civil -un país ficticio tras el que se reconocía la tragedia de la antigua Yugoslavia- incluí esta fábula extraída del diario de Samuel, uno de sus protagonistas:
30 de noviembre
Cuando era niño, en mi libro de lecturas escolares
leía una fábula.
...
Una vez, en la época de las leyendas, un rey encargó
a los cuatro tejedores más famosos de su reino que realizaran un tapiz.
-Quiero que sea el mayor y el más hermoso que nunca
haya existido- les dijo.
-¿Qué queréis que represente, Majestad ?- le
preguntaron.
-Un país. Un país rico y feliz. Para que quien lo
mire se imagine que está viviendo en un lugar maravilloso.
Los cuatro artistas se pusieron a la faena. Antes de
empezar discutieron durante muchos días los detalles del proyecto. Les costó
trabajo ponerse de acuerdo, los cuatro eran vanidosos y cada cual quería imponer sus ideas al
resto. Finalmente decidieron que el tapiz tendría cuatro colores, uno para cada
uno de ellos. Con el color rojo dibujarían la tierra y las montañas, con el
azul el cielo y el agua de los ríos, con el verde la hierba y los árboles, con
el blanco la nieve de las montañas y la flor de los almendros.
Al principio todo iba bien. Tenían cuatro enormes madejas y cada uno
utilizaba la suya. Les parecía un reparto justo: todos tendrían su parte de
gloria y su recompensa en oro cuando el tapiz estuviera terminado. Y en verdad
la obra avanzaba muy deprisa y el paisaje resultaba espléndido, primaveral.
-No me importaría vivir en un país así -bromeaba el
rey cuando iba a inspeccionar la marcha del trabajo.
Una noche, antes de dormirse, el artesano que tejía
con el color blanco pensó: “Quizá el rey
nos pague según la cantidad de hilo que hemos utilizado y mi madeja está casi
entera”. Y sin hacer ruido se levantó y empezó a tejer por su cuenta. Llenó las
montañas de nieve y volvió a acostarse confiando en que sus compañeros no se
dieran cuenta.
Por la mañana los otros tejedores notaron el cambio,
pero ninguno dijo nada. El del color azul pensó: “Esta noche me levantaré y
haré el río más ancho”. Y el del color rojo: “Alzaré más montañas en el
horizonte”. Y el del color verde: “Cubriré toda la tierra de hierba”.
Cuando creyeron que los otros estaban acostados cada
uno salió sigilosamente de su aposento y
fue al telar. Allí se encontraron los tres y empezaron a reñir. Con el
ruido se levantó el cuarto y se sumó a la disputa. A punto estuvieron de romper
el tapiz tirando cada uno de su hilo. Al cabo de un buen rato se miraron
asustados y pensaron: “Si deshacemos el tapiz nos quedaremos sin el premio
prometido por el rey”. Así que dejaron de pelear.
Continuaron tejiendo pero nada volvió a ser lo mismo.
Se había perdido la armonía, había rencor y desconfianza entre ellos, y el
paisaje del tapiz se volvió inhóspito, como si un invisible viento de
desolación soplara siempre sobre él. Cuando estuvo terminado, el rey acudió a
contemplarlo. Enseguida percibió algo extraño.
-¿Qué ha ocurrido en mi país de fantasía? -preguntó.
-Nada, Majestad. Lo hemos completado según lo
previsto -le respondieron.
Pero el rey no quedó satisfecho. Mirar aquel paisaje
le producía inquietud, había algo en él
que presagiaba desgracias. Por eso mandó llamar a un sabio eremita que vivía
retirado en las montañas y no sabía nada del encargo hecho a aquellos artistas.
-¿Qué ves en ese tapiz? -le preguntó el rey.
-Veo el color blanco de la envidia, el azul de la
discordia, el verde del odio y el rojo de la sangre derramada. No me gustaría vivir en ese país -sentenció
el sabio.
El rey mandó destruir el tapiz y desterró a los
tejedores lejos de su reino.
...
Aquí acaba la fábula. ¡Pobre país mío de cuatro
colores!
Muy lejos estaba yo de sospechar, cuando imaginé este apólogo, que estaríamos tan cerca de que pudiera aplicarse a España. ¡Pobre país nuestro de muchos colores!
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