En
la inestable geometría de los conflictos hay un lugar incómodo, vilipendiado,
donde no llega el fervor de la muchedumbre. Un lugar donde hace mucho frío. Lo
llaman Equidistancia. Si, en palabras de Borges, el punto, cualquier punto,
podría ser incluido en el Libro de los Seres Imaginarios junto a los dragones,
el unicornio o los trolls, pongamos por caso, el denigrado punto intermedio
añade a su naturaleza ficticia la peligrosidad de su situación. Nunca ha tenido
buena prensa, nunca ha concitado simpatías y mucho menos entusiasmos.
"Equidistante" le espetan a un contertulio con indudable intención de
insultar, como sinónimo de pusilánime, de indeciso, de cómplice pasivo de
alguna ignominia. O de traidor a la causa. "Porque eres tibio te vomitaré
de mi boca", se dice en el Apocalipsis. Larga e ilustre es la nómina de
los vomitados en este mundo de simplificaciones infantiles, donde una imagen
vale más que mil palabras.
Quienes
hablan de equidistancia siempre se imaginan estar en el Bien, en la Verdad. Y
no comprenden que nadie se aleje de ahí para situarse a medio camino. Si te
quedas "au-dessus de la mêlée" te fríen en la Red. Cuando las
sociedades se tensan, el centro se vacía, y en los extremos se alzan refugios
donde la gente se inflama y se embriaga de emociones. Hay que definirse, hay
que significarse, buscar el fácil acomodo de una verdad indiscutible. Llegados
a ese punto, se necesita mucho valor para no adherirse a ningún argumentario,
para no estar pro ni contra ninguna de las facciones, para quedarse a la
intemperie con la propia conciencia. No ver el mundo en blanco y negro sino con
una admirable gradación de grises se paga con la soledad.
Las
palabras las carga el diablo. Y esta, 'equidistancia', de elegante resonancia
geométrica, está sufriendo el secuestro de los beligerantes que la han cargado
de connotaciones negativas. Que alguien la rescate.
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