jueves, 26 de enero de 2017

LADRONICIO


                Fue en una de estas conversaciones de ascensor, en las que el tópico florece espontáneamente como defensa frente a un silencio incómodo. Esta vez no hablábamos del tiempo sino de otro de esos temas que, desgraciadamente, en nuestro país y en nuestro tiempo se han convertido en recurrentes. Una especie de ruido de fondo que no nos molestamos en escuchar porque todo es consabido. Ni siquiera es ya motivo de discusión pues, sea cual sea el color político del hablante y de los oyentes, el acuerdo es unánime: todos los políticos son iguales. Todos son igualmente corruptibles y corruptos. Nadie se atreve a discutirlo, a matizar, no vaya a ser tenido por cómplice o por ingenuo. Es lo que tienen los estereotipos, esos falsos atajos que pretenden simplificar lo complejo de la realidad.

                La vecina del cuarto, una mujer mayor que había pasado toda la vida en el pueblo y que tras la jubilación de su marido pastor había decidido pasar sus últimos años al abrigo confortable de un piso en la ciudad, permanecía callada, sin participar en el intercambio de trivialidades, como si el asunto no fuera con ella. Finalmente, a punto de llegar a su destino, sentenció: "¡Qué ladronicio!".

                Ese profesor academicista, cultista y estirado que llevo dentro la miró con condescendencia, a punto de corregirla: "Se dice latrocinio, señora. La-tro-ci-nio." Afortunadamente, ese muchacho de pueblo que también llevo dentro y que me hace respetar el habla de los nativos de un mundo en el que las palabras realmente importaban más allá de su corrección convencional, me hizo morderme la lengua.

                Ladronicio: masticando lentamente la palabra -como debe hacerse con cualquier palabra nueva antes de que la costumbre la desustancie- extraemos ese jugo de lo auténtico, la reciedumbre significativa de lo que está próximo al origen. En este caso, dos sílabas iniciales que no dejan lugar a dudas de su parentesco con 'ladrón' y ese eco final que rima con  'estropicio' o 'fornicio'.

                Nada más llegar a casa consulté el diccionario. He de decir que el muchacho del pueblo se alegró  infinitamente y  que el profesor no lamentó en exceso la rotunda lección que acababa de recibir. En la página 1342, columna izquierda, casi al final, aparecía recogida la palabra que una mujer de escasos estudios había rescatado del acervo profundo del idioma.


                Desde entonces, cada vez que viene a colación -y para nuestra vergüenza sucede con demasiada frecuencia- susurro, satisfecho, entre dientes: "¡Qué ladronicio!". Y espero a que algún pedante de oído fino me corrija. 

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