martes, 10 de enero de 2017

ALGORITMO




                Esta palabra de origen árabe, hermana de guarismo, ha saltado de los libros de matemáticas al lenguaje común y se ha convertido en el término fetiche que subyace a los más deslumbradores e inquietantes procesos tecnológicos del mundo actual. El poder de estos "conjuntos ordenados y finitos de operaciones matemáticas que aportan la solución de un problema" es cada vez mayor. Una oculta legión que nos gobierna. Una tiranía invisible.

                Cuando Galileo afirmaba que" las matemáticas son el lenguaje en el que Dios escribió el universo" estaba haciendo de la naturaleza un espacio racional, ordenado, predecible, sometido a una norma que alejaba al tiempo el caos y el capricho divino. Pero cosa muy distinta es ceder a los números la gobernanza de nuestra vida, el delicado tejido de nuestra intimidad. Ahí ya no percibimos esa "austera belleza" de las matemáticas de la que hablaba Bertrand Russell sino un diabólico proyecto de esclavizarnos a fuerzas que nos superan.

                Los algoritmos han reducido nuestras almas, esa exquisita y exclusiva complejidad que nos define y de la que tanto solíamos vanagloriarnos, a una fría fórmula. Nuestros deseos, nuestras opiniones, nuestra memoria, el perfil de nuestra personalidad, todo lo que somos y lo que seremos queda atrapado en una secuencia numérica. Nos hemos vuelto perfectamente predecibles en nuestros gustos y tendencias.

                El oro del futuro -y casi del presente- es el Big Data, ese almacén masivo de datos del que tanto partido pueden extraer vendedores de toda laya, políticos sin escrúpulos, estafadores y compañías de oscuro negocio. Cada vez que uno de nuestros dedos pulsa una tecla o acaricia un icono en una pantalla táctil, estamos regalando un trocito de nuestra identidad. Esa mínima presión, ese calorcillo animal que cierra un circuito vale por una confesión, es una entrega a cuenta. El Gran Alquimista transformará esos patrones de conducta en oro contante y sonante, en beneficio empresarial, en dominio sobre nuestra conciencia. Atrapados en una infinita red de algoritmos que nunca dan la cara, el sueño del libre albedrío, el reducto más íntimo de nuestro ser, el sancta sanctorum de nuestra individualidad y el libre revoloteo de nuestra libertad parecen cada vez más frágiles, más ajenos.
 

                Un escalofrío debería recorrer el mundo. Pero seguimos entregados a nuestra frenética vorágine de dedos todopoderosos.

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