No podía dormir. Le angustiaba no
encontrar la palabra exacta. A pesar de su incontestable renombre, de la rara
unanimidad de las buenas críticas, en cuanto se acallaban los rumores del éxito
se consideraba, íntimamente, un fracasado; peor aún, un embaucador. Noche tras
noche, con el insomnio de los insatisfechos crónicos, rebuscaba en el
diccionario como en botica caótica.
No podía creerse lo que acababa de
encontrar. Un verbo antiguo que lo significaba todo: Aquellar. La emoción le
hizo trompicarse con las teclas. Escribió: Aquello aquelló. Esto aquella. Eso
aquellará.
Y se durmió como un bendito, por
primera vez en mucho tiempo, con la firme convicción de que ya todo estaba
escrito.
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