Convoco
aquí esta palabra porque su uso se ha extendido exponencialmente en los últimos
años, a modo de plaga.
No
podemos decir que sea un término extraño a nuestra lengua, pues sus orígenes
son inequívocamente latinos, pero tanto su
frecuente uso como el significado hoy predominante tienen un tufillo
extranjero. Como ha ocurrido con otros términos, por una de esas paradojas de
la historia de la lengua, nos ha llegado rebotada del inglés, modernizada (o
corrompida). Ya no hace referencia a un suceso, ni a un acontecimiento
memorable o a sus consecuencias, sino a cualquier acto o actividad social más o
menos programada. Bajo el paraguas pretendidamente noble y hasta metafísico de
este vocablo se cobija desde la entrega del premio Nobel hasta una funeral de
tercera. Donde antes decíamos boda, recepción, cumpleaños, fiesta de fin de
curso, promoción publicitaria, despedida de soltero, celebración, festejo, baile,
vino español, conferencia, presentación, sarao o reunión, ahora decimos EVENTO.
Tengo un evento, soltamos con desparpajo. Cualquiera creería que estamos
invitados al Palacio Real. Y el peluquero (perdón, estilista) o la dependienta
de la boutique ya saben que somos presa fácil. Hasta hay una nueva especialidad
laboral: organizador de eventos. Gente experta en reunir gente, en entretenerla
mediante ceremonias o juegos
infantiloides, siempre con afán más o menos veladamente recaudatorio.
No
vendría mal recordar los consejos retóricos de Juan de Mairena y desprendernos
de tanto boato y tanto papanatismo. Así esos "eventos consuetudinarios"
se quedarían en lo que son, sencillos actos o reuniones sociales.
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