Debería noviembre resignarse
a sus negros girasoles,
a sus helechos rojos,
a la escarcha en la hierba,
a los amaneceres como este:
mañana de domingo tras la fiesta,
la calle solitaria,
deserción consentida de la sangre
más joven
y un perro abandonado que me
sigue,
olfatea mi rastro, suplicante.
No me atrevo a mirarlo
para no descubrir mi desamparo.
Cada noviembre es nuevo
y tienta su suerte renegando
de su destino adverso.
Este noviembre es dulce, a qué
negarlo,
de carne de membrillo
y rescoldos de fuego solar en
cada esquina,
esas últimas brasas
que encierran el secreto del
calor.
Cuando vuelvo al jardín
sorprendo a las abejas afanándose
como viejos salaces
en la flor intempestiva de la hiedra.
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