jueves, 17 de noviembre de 2016

SOLEJAR



Debería noviembre resignarse
a sus negros girasoles,
a sus helechos rojos,
a la escarcha en la hierba,
a los amaneceres como este:
mañana de domingo tras la fiesta,
la calle solitaria,
deserción consentida de la sangre más joven
y un perro abandonado que me sigue,
olfatea mi rastro, suplicante.
No me atrevo a mirarlo
para no descubrir mi desamparo.
Cada noviembre es nuevo
y tienta su suerte renegando
de su destino adverso.



Este noviembre es dulce, a qué negarlo,
de carne de membrillo
y rescoldos de fuego solar en cada esquina,
esas últimas brasas
que encierran el secreto del calor.
Cuando vuelvo al jardín
sorprendo a las abejas afanándose
como viejos salaces
en la flor intempestiva de la hiedra.




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