martes, 9 de febrero de 2016

FLORES DE INTERIOR


Este domingo, al regresar a casa después de un viaje, en un día desapacible, nos encontramos florecida la orquídea. En esta tierra donde cualquier floración no es don, ni regalo, sino conquista, resistencia y rebeldía contra los elementos, el heroísmo toma a veces hermosos caminos.





En este poema inédito de hace algunos años recreo una anécdota parecida, la de una azalea que se empeñó en florecer en pleno diciembre en el rellano de la escalera. Por las mañanas, al salir de casa para ir al trabajo, aún de noche, sus flores anticipaban el amanecer.   


Flor de invierno


Abierta frente al frío,
frente a las noches largas,
en explosión de sangre reventada,
al extremo de ramas esqueléticas
amaneces. Diciembre
va a ser tu primavera
de días apenas esbozados,
de mañanas exangües
cuando los corzos rompen         
el cristal con las patas
en los abrevaderos
y farolas de sodio cuadriculan
el alba de los patios.
Cómo pedirte olor, iridiscencia
o fáciles fulgores,
inesperada flor de la azalea,
milagro del invierno, acontecido
al calor pequeñito que nos sobra
en un rellano triste de escalera.
Subimos y bajamos
hacia oficios y simas,
hacia los palomares de los sueños
o las minas del miedo,
hacia el tedio o el cariño.
A huella y contrahuella
estrenamos los días
como niños abúlicos,
pasamos a tu lado afectando desdén,
importantes asuntos,
el corazón ceñido a lo previsto
al regresar a casa, al salir a la calle,
vamos capitulando en el desánimo,
en una incuria lenta. Pero tú nos desmientes,
nos confundes la sangre
como engañaste al clima,
como un poema antiguo nos regalas
la lección delicada de tus pétalos,
tu resistencia frágil, casi heroica,
contra el frío del mundo,
contra su gris color de desamparo,
contra su rancio tufo de orfanato.

                           (De A cielo abierto, inédito)




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