Las ruinas, a su tiempo,
alcanzaron sazón. Lo supimos el
día
en el que la campana cayó desde
la torre
como fruta madura. Un estruendo
gravísimo
de fe que se desploma
acompañó el derrumbe. La melena
de olmo
se astilló contra el suelo,
pero el bronce mantuvo su
obstinada figura
de cúpula y de útero que los
vientos fecundan.
En el suelo, sin vuelo,
parece confiar
en que alguien la devuelva al
aire de la torre,
a su oficio solemne de predicar
el júbilo,
de amortajar las tardes.
No sabe que los jóvenes
huyeron hace tiempo
llevándose con ellos la fuerza de
sus brazos.
Si nosotros apenas
valemos con el peso de esos
papeles viejos
—noticias o retratos de los años
felices—
que planean revueltos por entre
los derribos...
(De Despoblados, inédito)
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