La abuela
vigila a sus nietos con mirada atenta y amorosa. Entre los dos no sumarán ocho años
y han encontrado un ameno entretenimiento: arrancan con su cepellón malas hierbas que
crecen olvidadas en los bordes abandonados del parque y, con cuidado, las
plantan sobre la gravilla de la pista. En poco rato han compuesto un
bosquecillo en miniatura de ocho o diez arbolitos bonsái.
El curioso paseante, entregado al melancólico ejercicio de pensar en lo sombrío de este tiempo que le está tocando vivir, siente un repunte de optimismo al contemplar la escena.
—Las cosas
no irán tan mal en el futuro mientras haya niños que jueguen a plantar árboles
en el desierto —se consuela pensando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario