Le gustaba imaginar la biblioteca como un lugar de lugares: cada libro una puerta abierta a un mundo diferente.
Le gustaba
imaginar la biblioteca como un túnel que atraviesa la negrura para buscar la
luz.
Le gustaba
imaginar la biblioteca como un agujero de gusano, un capricho cósmico, un atajo
para burlar las leyes del espacio y el tiempo y viajar sin pasaporte a otros
países, otras épocas, otras vidas.
Le gustaba
imaginar la biblioteca como un templo, un espacio de silencio y recogimiento.
Lectora
ferviente de Borges, le gustaba imaginar la biblioteca como un jardín de
senderos que se bifurcan, como un laberinto donde perderse para encontrarse,
como un paraíso sin ángel con espada flamígera impidiendo la entrada, como la
mejor metáfora del inagotable universo.
Con todo,
cuando emigró de su Argentina natal y recaló en una ciudad española, fría y
hostil como lo son todas las ciudades para quien se ve forzado a dejar atrás su
vida anterior y su país, la biblioteca pública que visitaba con frecuencia le
reveló una nueva, más humilde, entrañable y consoladora realidad: era un refugio
caliente, una amable casa de acogida donde reencontrarse con quien nunca te da
la espalda, ni te juzga, ni te discrimina y nada te pide a cambio de su compañía. Lo más parecido
a un hogar, a un puerto hospitalario en mitad de una galerna.
¡FELIZ DÍA DEL LIBRO!
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