A
salvo —no sabemos durante cuánto tiempo— de la zarpa voraz de la especulación
inmobiliaria y del aliento tórrido del verano, estas flores silvestres —nacidas
de «malas hierbas»— bordan sus ingenuos tapices en eriales, descampados y solares
urbanos. Estaban aquí antes de que llegáramos. Ojalá sigan estando cuando nos
hayamos inmolado todos en el altar de la codicia y la insensatez.
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