El alcalde de Pocilgas
tuvo una brillante idea
para acabar con las
burlas
por el nombre de su
aldea:
«Te llamarás Bellavista»,
hizo pregonar en bando,
«y todos acatarán
esto que Yo Ordeno y
Mando.»
Orgullosos y felices
los nuevos bellavistanos
no tendrán que soportar
que los tilden de
marranos.
Sólo Tarsicio, a quien
tienen
por el tonto del lugar,
no se da por enterado
y se obstina en
proclamar:
«Por mucho que os
empeñéis
en decir que soy un lerdo
Pocilgas será Pocilgas
mientras siga oliendo a
cerdo.»
De todo lo cual se
infiere
como lección provechosa
que sólo cambiando el
nombre
no se remedia gran cosa.
Estas jocosas coplas atribuidas a Virgilio Arancón han sido objeto de variadas exégesis por parte de algunos críticos literarios. Unos ven en ellas oscuras alusiones a algún acontecimiento de la vida provinciana; otros vuelan alto y estiman que los versos alertan sobre el engaño, universalmente repetido, de usar los nombres no para designar sino para encubrir; menos presuntuosos, opinan algunos que se trata simplemente de una muestra de ese ingenio zumbón, de rústico linaje, que caracterizó al poeta y que, puestos a comparar, más recuerda a las fábulas de Samaniego que a los proverbios de Machado. Un erudito local aporta, en fin, el curioso dato de que existe un pueblo, antiguamente llamado Pocilgas, al que se le cambió el nombre por otro de más aseadas resonancias.
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