viernes, 10 de mayo de 2024

ASTROLABIO

 



Hay palabras que parecen hechas para ser saboreadas, para disfrutar con su sonido, para dejarse llevar por lo que evocan, para agradecerle al azar su ciega sabiduría poética. Una de estas palabras tocadas por la magia es Astrolabio. Su etimología griega (que podríamos traducir por ‘captor o cazador de estrellas’) ya es suficientemente sugerente  y el objeto que designa (un instrumento de navegación basado en la posición de las estrellas) es en sí mismo bello (se ha convertido en solicitado artículo decorativo) y  nos transporta a una época de viajes inciertos, de peligrosas travesías marítimas, de descubrimientos. Aquellos navegantes sabían leer en el inmenso mapa del cielo para encontrar el camino; ahora solo necesitamos mirar a una pequeña pantalla que nos habla y nos lleva de la mano y nos dirige como si fuéramos niños que han perdido la capacidad de orientarse por sí mismos.

No acaba aquí el encanto de astrolabio. Por una feliz coincidencia que nada tiene que ver con la ciencia etimológica, esta palabra parece compuesta por otras dos: astro y labio. Y esta combinación tan extravagante como lírica  nos recuerda una conocida frase del poeta uruguayo Conde de Lautréamont cuando nos habla de  algo «bello como el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de un paraguas y una máquina de escribir».  

Astrolabio nos autoriza a soñar con estrellas que tienen labios, con besos de luz y otras divagaciones ingenuamente cursis, inocente divertimento para contrarrestar tanto cinismo y  chabacanería como imperan en el lenguaje actual.


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