En
momentos de desesperación está permitido abjurar de tus dudas, se dijo para
justificarse. Y él estaba en un verdadero apuro. La inflación y la subida del
euríbor habían hundido en la miseria su ya de por sí precaria economía. No se
le ocurría a quién recurrir que no fuera uno de esos usureros modernos con
nombre de banco digital.
El ya lejano día en que su penúltima exnovia
le regaló aquel cascabel con alas hicieron muchas bromas al respecto: ninguno
de los dos creía en los ángeles pero imaginárselos les resultaba divertido.
—Por si acaso. Nunca se sabe…
Cierto temor supersticioso le había impedido
deshacerse del llamador; en el fondo estaba deseoso de que lo extraordinario
irrumpiera en su insípida existencia. Y esta era la ocasión.
Agitó el cascabel y notó cómo el escrupulillo
golpeaba alegre: el sonido era leve, pero muy agradable.
No tuvo que esperar mucho. No habían pasado
cinco minutos cuando sonó el timbre de la puerta. Se le erizaron los pelos en
las sienes. Abrió.
El cobrador del frac no tenía alas, pero algo
tenía de humorista. Sus largos años de experiencia laboral lo habían vuelto un
poco filósofo.
—Por la cara que pone se diría que estaba
usted esperando la visita de un arcángel. Pero tampoco soy el demonio. Es solo
el primer aviso y el banco se ofrece a negociar.
Mientras cerraba la puerta se prometió a sí
mismo que nunca aceptaría regalos de tres euros «Made in China».