En tardes sin mañana
escribir un deseo con paciencia
en un grano de arroz
y luego dárselo
a la paloma más hambrienta de algún parque.
(De En la montaña mágica)
Cuaderno de creación literaria donde encontrarás textos y fotografías originales del autor.
En tardes sin mañana
escribir un deseo con paciencia
en un grano de arroz
y luego dárselo
a la paloma más hambrienta de algún parque.
(De En la montaña mágica)
Era un superviviente.
A lo largo de su vida le habían pasado por encima coches, autobuses, camiones de gran tonelaje. Y estaba ileso.
(Las ventajas de vivir debajo de un puente).
A la salida de la escuela, confundido en el
tropel de muchachos que recobra su agreste libertad festejándola con griterío y
derroche de la energía reprimida, un niño, como jugando, lanza una piedra al
aire que cae sobre la cabeza de un compañero y le abre una brecha. Asustado del
sangriento efecto de su inconsciencia y amparado en el anonimato del grupo, se
escabulle hacia su casa. Después de comer, reconcomido por el remordimiento, le
confiesa a su madre la travesura y esta le obliga a ir a la casa donde se aloja
el herido para pedirle perdón.
Más de medio siglo después lo que queda de
aquel niño con los múltiples añadidos y pérdidas causados por la edad, de
regreso a su provincia natal tras largas ausencias, se da de bruces en la calle
con una palabra olvidada que ahora sirve para nombrar un restaurante: La
Pitera. No había vuelto a oírla, no la había visto escrita nunca y al conjuro
de sus sílabas vuelve a su memoria aquella escena de cobardía infantil en que
practicó, literalmente, el viejo dicho de "tirar la piedra y esconder la
mano", y de paso recibió una lección inolvidable de honestidad y asunción de
responsabilidades.
Una pitera, en el occidente peninsular, según
la utilizábamos allí y entonces, es la brecha o boquete que el impacto de algo
duro provoca en la cabeza. Era un término especializado, no se refería a una
herida cualquiera, sino a esa en particular que con relativa frecuencia nos
infligíamos en nuestras peleas a pedradas y cantazos. Casi diría que su
significado abarca también el esparadrapo y la pequeña calva en la mata de pelo
asociada a la erosión.
No sé si los niños salmantinos de ahora
seguirán usando esa hermosa palabra que
nos evoca una época de costumbres y crueldades menos sofisticadas. No está en
el diccionario académico (sí su forma más común: 'piquera') y uno no puede
evitar lamentar esa ausencia, más dolorosa aún si se la compara con alguno de
los nuevos y deformes términos cobijados en él: webinario,
bitcóin o gentrificación.
Era una rotonda como tantas otras en aquel
país de innumerables rotondas. Y él era un automovilista como tantos otros en
aquel país de automovilistas frenéticos. Hasta aquel día. Había caído prendado de la voz de su
navegador. Una voz femenina, seductora, imperturbable, sedante.
-Recalculando, recalculando,
recalculando...
La voz misma de la amorosa paciencia.
-Recalculando, recalculando,
recalculando.
Acababa de descubrir la belleza de
circular en la perplejidad, de no verse obligado a tomar una dirección. No
sabía cuándo abandonaría aquella rotonda. Se sentía en la gloria en aquella
glorieta. Mientras tanto, escuchaba, como quien escucha una letanía o una pieza
de música minimalista:
-Recalculando, recalculando,
recalculando...
(Hielo en el cristal, esta mañana)
Puede ser que el invierno aún nos aflija
con mensajes cifrados en la estrella
geométrica del hielo.
Pero ya en la memoria fiable de los árboles
apunta nuevamente la consigna
de otra primavera y eso basta.
-La pandemia se ha comportado como el líquido revelador en la cubeta del laboratorio fotográfico. Ha sacado a la luz lo que estaba oculto, impreso en cada uno de nosotros. Y las imágenes que se han formado no dejan mucho lugar a la esperanza: la estulticia, la insolidaridad, la perversión de las grandes palabras, la fragilidad de los buenos sentimientos.
-La verdadera pandemia que se esconde detrás de la pandemia: la insensatez (y también es muy contagiosa).
-Habíamos empezado a tener algunas respuestas. Pero entonces el virus nos cambió las preguntas.
(Mateo Ortiz, pensador pesimista)
En el alto muro que sostiene los cimientos del hospital y los defiende de las crecidas del río, ese muro tan largo que evoca una frontera, una dolorosa división, ese muro tan nuevo que hará las delicias de los grafiteros, el curioso fotógrafo se topa con este tosco y apresurado dibujo, de simbología tan simple como eficaz:
El fotógrafo vivió aquellos terribles años de la aguja, en los que la heroína devastó las almas y los cuerpos de poetas, músicos, actores y otras gentes atribuladas y temerarias que buscaban la vida y la muerte, la muerte y la vida licuadas en una jeringa. Quizá por eso dedujo que estos esquemáticos iconos eran denuncia o lamento de los estragos que la droga causa.
Siguió el fotógrafo la vereda junto al muro y descubrió otras dos pintadas que ponían en contexto la anterior, como si fueran palabras de una misma frase, frases de un mismo párrafo que solo juntas aclaraban su significado:
El fotógrafo reparó entones en la importancia del contexto para entender un mensaje y reconoció con doloroso asombro cuán equivocado estaba en su primera lectura.
Nos lo están poniendo difícil también
este año. Han vuelto a hacer las mismas recomendaciones. La cena va a ser un
poco complicada. Pero no debemos preocuparnos, cariño, hay solución para todo.
Mantener la máxima distancia posible, dicen: pondré los servicios uno a cada
extremo de la mesa del salón y con candelabros, ¡no te fastidia!, como si fuéramos señores feudales en el salón
de su castillo. Abriré de vez en cuando las ventanas, para que haya ventilación
cruzada: no creo que las corrientes de aire vayan a perjudicarte ahora.
Tendremos que hablar despacito para que las gotitas venenosas no salgan
disparadas: no se le pueden dar
facilidades al bicho. No se nos ocurrirá comer del mismo plato, ni compartir la tarta
en la cucharilla de postre como hacemos siempre, ni beber del mismo vaso. Evitaremos los besos. Y
no podremos cantar, ni chocar las copas al brindar. No saldremos de nuestra
burbujita. De nuestra burbujita de champán.
Pero, ¡qué tonterías estoy diciendo! Si tú ya no puedes contagiarte de
nada desde que se te llevó la primera ola. Y yo, aunque ponga mesa para dos,
tendré que cenar con tu ausencia y brindar con esa sombra que lleva tu nombre.